Venecia,
Junio de 2012
Le
había encontrado. No podía creer que, después de tanto esfuerzo, ella estuviese
allí. Cerró la puerta tras de sí sabiendo que era una medida estúpida teniendo
en cuenta quién le perseguía. La casa no tenía luz, pero sus ojos veían
perfectamente en la oscuridad, así que atravesó el cuarto sin dudar y abrió la
ventana, a la vez que la puerta reventaba con una sonora explosión.
El
chico se giró a tiempo para ver como ella entraba con una sonrisa siniestra en
la cara.
-Me
alegra volver a verte, querido –susurró con la voz más fría del universo. Él no
pudo evitar estremecerse, pero no iba a dejar que el miedo le paralizase.
Hizo
surgir una bola de fuego y la lanzó contra la chica, que la hizo desaparecer
con un sencillo gesto acompañado de una risa. Sin embargo, él había conseguido
el tiempo que quería para salir por la ventana.
Saltó
desde el tercer piso cayendo de forma elegante sobre el suelo, doblando las
rodillas. Miró un segundo hacia arriba para ver como ella se asomaba y, sin
esperar más, echó a correr.
Todos los años de su vida que era capaz de
recordar los había pasado queriendo huir de ella y de quien la había ayudado. Desde
hacía unos años incluso parecía sencillo, nadie había dado señales de vida y
era tan fácil como ir cambiando con frecuencia de residencia, sin un sitio fijo
y sin llamar demasiado la atención.
Giró
la esquina por las pequeñas calles de Venecia y se dijo que, si era necesario,
saltaría dentro del Gran Canal. Recorrer las pequeñas calles desiertas le hizo
sentir inseguro. Con gente delante sería más fácil evitar la lucha, pero en
esos momentos y a plena noche, estaba perdido. Saltó por encima de un pequeño
canal, imposible para una persona normal, pero sencillo para él, y cogió una
curva pronunciada.
Su
sentido le dijo que se detuviese antes de llegar al siguiente cruce y supo que
había alguien al otro lado, pero ella todavía le seguía.
Tiene un nuevo
aliado, pensó
para sí mismo. Giró y quiso coger otra bocacalle antes de que fuese demasiado
tarde, pero notó que algo le golpeaba en la nuca y se dejó caer hacia adelante,
parando el golpe con las manos.
La
visión se le volvió borrosa unos segundos y enseguida lamentó no haber
reaccionado antes. Su nuevo enemigo lanzó una fuerte patada contra su estómago
y notó que le fallaban las manos y caía al suelo de bruces, sin aire. Dio un
par de bocanadas rodando sobre sí mismo.
-Casi
te me escapas –susurró la voz femenina y fría que tanto conocía. Se estremeció
en silencio, recordando que aquella voz había llenado sus pesadillas cuando era
un crío. Vio como ella besaba a un chico de pinta siniestra, el mismo que le
había detenido. Quiso ponerse de pie y huir, pero notó un fuerte calambre y se
mantuvo en el suelo.
Ella
se arrodilló unos segundos a su lado y le cogió del cuello de la camiseta,
tirando con fuerza de él hacia arriba.
-Que
guapo estás –murmuró con aire interesado. Volvió a dejarle sobre el suelo y
colocó la mano sobre su pecho, casi con una caricia. –Más alto, más fuerte,
mucho más… hombre, de lo que te recordaba.
El
chico de su espalda se aclaró la garganta con visible disgusto y ella rio
mirándole de reojo. Después suspiró sin apartarse de su presa.
-Llevo
años detrás de ti, has sido bueno huyendo –se colocó el pelo corto detrás de la
oreja y sonrió. –Ahora, sé buen chico y no te resistas.
-No
volveré a aquella vida –negó él todavía en el suelo.
Ella
chaqueó los dedos con una sonrisa socarrona y le chico que la acompañaba le
agarró con fuerza de las muñecas, obligándole a ponerse de rodillas e inmovilizándole.
-Acabarás
cediendo –aseguró ella agachándose en el suelo para quedar a la misma altura y
mirarle a los ojos azules. –Primera oportunidad, ¿quieres trabajar para mí?
-No
–dijo el de forma contundente.
-De
acuerdo –contestó ella con una media sonrisa. –No esperaba menos de ti.
Agarró
al chico del cuello, como si fuese a asfixiarle, y cerró los dedos con fuerza
alrededor de su cuello. Él subió la mirada hacia el cielo cerrando con fuerza
la mandíbula, notando como los tentáculos de su magia se colaban dentro de su
mente y le provocaban el mayor dolor del mundo. Pero no le oiría gritar tan
fácilmente.
Ella
apartó la mirada y él se dejó caer hacia adelante, jadeando. Notaba pinchazos
en los pulmones cada vez que cogía aire y las gotas de sudor cayendo por su
frente. Cerró los ojos con fuerza y se esforzó por mantenerse alerta.
-¿Qué
me dices ahora, cielo? ¿Quieres unirte a mí?
-No...
–repitió él una vez más, subiendo la mirada con esfuerzo hasta ella.
Notó
la mano cerrándose alrededor de su cuello y cerró los ojos con fuerza,
intentando contener un grito. A su espalda, notó que el chico le soltaba. De
todas formas, no podría defenderse, estaba completamente a su merced.
-Podemos
seguir así toda la noche –dijo ella con voz fría.
Él
se estremeció un segundo y, cuando el dolor cesó, se dejó caer apoyándose sobre
las manos.
-Vamos,
sabes que vas a ceder, es más fácil ahora que al amanecer –le cogió de la
barbilla y le hizo subir la cabeza hasta encontrarse de nuevo con sus ojos. –
¿Trabajaras para mí?
Notó
como el pelo se le metía en los ojos y parpadeó, nervioso, pero sin fuerzas
como para apartarlo. En un segundo, le fallaron los brazos y cayó al suelo,
pero se esforzó por incorporarse de nuevo.
-No
–repitió una vez más, subiendo la mirada con orgullo.
Ella
le cruzó la cara de una bofetada, perdiendo toda la paciencia que le había
caracterizado hasta el momento. Él no pudo evitar una pequeña sonrisa al sentir
que la estaba poniendo nerviosa.
-¡Acabarás
cediendo aunque sea por las malas! –gritó ella. Una vez más él notó cómo le
cogía de la nuca y tiraba de él hacia atrás.
Un
rayo cruzó en cielo mientras sentía su magia, más poderosa que nunca, hurgando
en su interior, sacándole hasta el más mínimo resto de energía y haciendo que
lanzase un alarido de dolor al cielo. Oyó como ella reía y se sintió impotente,
notando que su cuerpo fallaba y se estremecía de dolor.
El
hechizo paró y él cogió aire, intentando no desmayarse por el dolor.
-¡No
conseguirás nada! –gritó antes incluso de que ella se lo preguntara.
Ella
tiró de su pelo y, con la otra mano, clavó las uñas en su piel, haciendo que
volviese a gritar de dolor. ¿Es que nadie le oía? Era imposible, por muy de
noche que fuese, que no hubiese nadie en la calle. Gritó de nuevo, furioso
consigo mismo por no poder resistir sus ataques, por no poder defenderse
mientras la oía a ella y a su amigo reírse de él. Por no ser capaz siquiera de
contener los gritos.
Pero,
a pesar de todo, y por mucho que se esforzase, no podía contener los alaridos
desgarradores que se escapaban por su garganta. Una vez más se dejó caer al
suelo por completo, sin poder contenerse. Notó unas suaves convulsiones. Ella
se inclinó a su lado y pasó la mano por su mejilla, como en una caricia que
podía haber sido dulce, pero era demasiado fría.
-Júrame
lealtad –pidió en voz baja. Él cerró los ojos con fuerza unos segundos. Algo en
su interior le decía que luchase más, pero no quería seguir sufriendo aquel
dolor. Las convulsiones del anterior ataque aún no habían cesado y sabía que
ella estaba dispuesta a seguir así el tiempo que hiciera falta, pero él no
aguantaría vivo demasiados ataques.
-Lo
juro –murmuró con lágrimas en los ojos. Ella extrajo una pequeña navaja y le
hizo un corte en la mano, para después hacérselo a sí misma y juntar la sangre,
sellando el pacto mientras él se dejaba hacer, impotente.
-Y
recuerda, cada vez que me falles, este dolor volverá –susurró ella cerca de su
oído. Después besó suavemente sus labios y rio, alejándose con la silueta y
dejándole tirado en el suelo.